martes, julio 04, 2006

Del Diario de Campaña de Carlos Ramírez

INDICADOR POLITICO
AMLO julio 2: ganó la tesis del compló
Y el peso de los diez puntos de ventaja

Agobiado por el delirio de persecución, Andrés Manuel López Obrador cometió el domingo por la noche un error estratégico: interpretar los signos de confusión sobre los resultados del programa de resultados electorales preliminares (PREP) como parte de un compló en su contra. Azuzado por los sectores duros de su equipo de campaña, salió a anunciar su triunfo basado en encuestas de salida.

El candidato perredista interpretó el mensaje del consejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, de las once de la noche como una estrategia para maquillar resultados, cuando la justificación del órgano electoral radicaba en el cruce, casi como trenza, de las tendencias a favor de López Obrador y Calderón. Y luego a López Obrador le dio mala espina el discurso de Fox porque el candidato perredista se había opuesto a cualquier mensaje del presidente de la república.

Irritado, López Obrador dilucidó que le querían escamotear el resultado. En su cuarto de guerra fueron dos las voces más radicales: Martí Batres Guadarrama y Federico Arreola. Lo malo de su cálculo político fue el hecho de que López Obrador operó el madruguete a su favor de manera personal, sin utilizar al presidente del PRD o a uno de sus coordinadores de redes ciudadanas. Con ello, López Obrador cerró cualquier posibilidad de negociación política aún en el caso de que le fuera adjudicada la victoria.

De hecho, se reprodujo la crisis electoral de 1988, con varios de los protagonistas de entonces. De acuerdo con la versión de Miguel de la Madrid, contada a Jorge G. Castañeda para su libro La Herencia, Salinas se negaba a salir a proclamar su triunfo por carecer de documentos probatorios. Y eso que la elección había sido operada por Manuel Bartlett, secretario de Gobernación en funciones de presidente de la Comisión Federal Electoral. Peor aún: el propio presidente De la Madrid apresuró a Salinas para que saliera cantar su victoria. Alrededor de la medianoche, el presidente del PRI, Jorge de la Vega, declaró el “triunfo rotundo, legal e inobjetable”, aún después de que la CFE había señalado que no había datos suficientes para hablar de una victoria.

Otro de los personajes de entonces fue Manuel Camacho, asesor y operador político del candidato Carlos Salinas. De acuerdo con De la Madrid, “Salinas estaba encerrado en su despacho con Camacho y (Joseph-Marie) Córdoba”. De la Madrid le dijo a Salinas: “si usted no proclama su triunfo va a haber problemas”. Agregó: “tradicionalmente el candidato del PRI sale hacia las once o doce de la noche y proclama su triunfo”. Salinas le contestó: “es que no tengo bases para hacerlo”. Desesperado, De la Vega le dijo al presidente De la Madrid: “si usted me autoriza, lo proclamo”. De la Madrid lo aprobó: “ándale, proclámalo”.

Para De la Madrid, Salinas se dejó llevar por Camacho. “Llegaban noticias de que Cuauhtémoc había avanzado mucho, que había dudas sobre las cifras, sobre el manejo de la información. Él (Salinas) quería ser muy quisquilloso, sobre todo aconsejado por Camacho, quien pensaba que, si se manejaban con más prudencia y gradualismo en las cifras, se facilitaría la negociación con la oposición”. Al final, la crisis estalló porque el gobierno se había comprometido a dar al triunfador esa noche y Bartlett manipuló las cifras porque beneficiaban a Cárdenas.

Camacho es hoy operador y asesor político de López Obrador. Sólo que López Obrador escuchó el domingo sólo a los grupos radicales, a los de la ruptura. Y al salir a proclamar su triunfo basado sólo en encuestas y no en cifras del PREP, su capacidad de movilidad política se redujo a su mínima expresión. Peor aún: al encabezar la protesta, López Obrador se convirtió en el factor de ruptura institucional del proceso electoral y cerró todas las puertas a la revisión de las cifras.
En el fondo, López Obrador se colocó en la posición maximalista del todo o nada: o la presidencia para él o para nadie. La estrategia del PRD radica ahora en entorpecer el conteo, arrinconar al IFE, presionar al Tribunal Electoral y conducir el proceso hacia la anulación de las elecciones por presuntas irregularidades en el conteo. Con ello, el escenario es el de que no haya candidato triunfador y que haya un presidente interino el primero de diciembre que convoque a nuevas elecciones.

López Obrador ha demostrado hasta la saciedad no sabe perder. Lo demostró en sus tres marchas de noviembre de 1991, noviembre de 1994 y abril de 1995: impugnaciones sin presentar pruebas y demandas de anulación de elecciones y de interinatos o de entrega del poder. Su confrontación contra el IFE por los resultados del domingo obedecen al mismo modelo: resolver las elecciones en las calles.

El problema de fondo radica en el autoconvencimiento de que siempre llevó diez puntos de ventaja en las encuestas. No se trató de una estrategia. El perredista se rodeó de encuestólogos y estrategas que le juraron esa ventaja desde octubre de 2005, sin variar ni medio punto en todo 2006. Por tanto, López Obrador se creyó la versión. Por eso su primera sorpresa fue saber que Felipe Calderón, a quien considera un burócrata sin carisma ni perfil social, le pisaba los talones al rayito de esperanza. El enojo contra encuestas fue real: imposible el empate si él tenía diez puntos de ventaja.

Al final, proclamó su triunfo con apenas quinientos mil votos, 1.2 puntos de ventaja. Y el único camino para impedir la victoria de Calderón es reventar el proceso electoral. Su enojo es tan profundo, que no quiere que nadie haga las cosas por él. Por eso colocó dos diques: nadie va a negociar en su nombre y habrá que vencerlo a él en el conflicto poselectoral. Y se prepara para su paso final: convertir el zócalo de la ciudad de México en la mesa de confrontación de documentación electoral.

López Obrador no quedará convencido de su derrota si antes no lo convencen que la ventaja de diez puntos en las encuestas fue un engaño. Por eso se jugará el todo por el todo: o él o nadie.

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